domingo, 17 de marzo de 2013

Gasland: cuando las barbas de tu vecino veas pelar…


El segundo encuentro de cine fórum de periodismo y medio ambiente giró en torno al documental Gasland, realizado por Josh Fox en el año 2010, que describe los problemas de salud y seguridad que sufren varias comunidades de diversos estados de EEUU por su proximidad a zonas de extracción de gas natural mediante la técnica de fracturación hidráulica.

El documental tiene su origen, según cuenta Fox, en un email que recibió en el año 2009 de una compañía de gas natural. En él le informan de que su finca en Pensilvania está situada sobre el yacimiento de Marcellus, una enorme reserva de gas que se extiende por diversos estados, desde Pensilvania hasta Virginia Occidental. Asimismo, le ofrecen una fortuna por arrendarle parte de sus terrenos con objeto de perforarlos para obtener el gas de esquisto, también conocido como gas pizarra.

Sospechoso de esta generosa oferta, antes de dar respuesta quiere investigar cuáles podrían ser los beneficios o consecuencias de aceptarla, y se embarca, cámara en mano, en un viaje por varios de los estados del país en los que se explota el gas con la idea de entrevistarse con otros propietarios que hubieran cedido sus tierras para ello.

Imagen del documental Gasland. http://www.gaslandthemovie.com/ 

Conforme avanza la película averiguamos que Estados Unidos posee enormes reservas de gas natural que le permitirían minimizar su dependencia energética externa. Fox denuncia los manejos de Dick Cheney —presidente de la petrolera Halliburton hasta 2000 y luego vicepresidente de EEUU con George W. Bush (de 2001 a 2009)— para evitar las investigaciones de la EPA (agencia de protección medioambiental) sobre la posible contaminación de los acuíferos en el proceso de perforación y extracción del gas. En el año 2005, durante el mandato de Cheney, el congreso de los Estados Unidos aprueba la ley de política energética (Energy Policy Act), que incluye la que se conoce coloquialmente como “Halliburton Loophole”,  una cláusula que permite a estas corporaciones “saltarse” la ley del agua potable (Safe Drinking Water Act) en la ejecución de trabajos de extracción de gas, así como mantener oculta la información sobre las sustancias químicas que utilizan.

La técnica de fracturación hidráulica o fracking consiste en la inyección de miles de litros de agua mezclados con productos químicos (entre 500 y 600 diferentes) y arena, a alta presión, en los yacimientos encerrados en roca densa del subsuelo profundo, con el fin de favorecer su salida al exterior.

Su aplicación conlleva unos riesgos ambientales asociados aún no debidamente cuantificados: contaminación de los acuíferos, contaminación atmosférica, emisión de gases de efecto invernadero, daños para la salud de las personas y animales o terremotos inducidos, entre otros.

http://fracturahidraulicano.info/sites/fracturahidraulicano.info/files/media/documentos/fracking-diagram.jpg

De un extremo a otro del país, Fox se introduce en varias comunidades situadas en zonas de extracción de gas. Algunas personas a las que visita son reacias a hablar; otras aseguran no sufrir ninguna molestia; y otras, en cambio, le relatan prolijamente sus problemas de salud y de falta de seguridad en sus hogares. La insalubridad del agua y la concentración de gases son sus mayores preocupaciones, que, según afirman decepcionados, son desatendidas por las autoridades. Impactantes son las imágenes que muestran cómo al acercar un mechero encendido al chorro de agua del grifo, esta prende formando una bola de fuego.

Imagen del documental Gasland. http://www.gaslandthemovie.com/

Fox se entrevista con la investigadora Theo Colborn, quien le refiere sobre los efectos neurológicos y otros problemas de salud que padecen las personas que residen cerca de los pozos. Charla también con un empleado de la EPA, Weston Wilson —que aclara hablar en su nombre y no en el de su organización—, que le explica cómo estas grandes corporaciones fuerzan a los propietarios a firmar pactos de silencio en sus acuerdos de compraventa.

El documental, con independencia de la calidad de su factura o la solidez de su planteamiento, que suscitaron opiniones encontradas entre los asistentes, sirvió para dar a conocer una realidad que está próxima a darse en España.

Según recientes noticias, diversas empresas del ramo han solicitado al Ministerio de Industria los permisos para realizar más de un centenar de prospecciones, algunos de los cuales ya se han concedido, en la denominada fase de investigación.

El pasado 14 de febrero, el Pleno del Congreso de los Diputados rechazó la moción de la Izquierda Plural de prohibir en España la técnica de la fractura hidráulica.

La batalla entre defensores y detractores ya ha comenzado. ¿Quién vencerá?

domingo, 24 de febrero de 2013

Page One : journalism is alive, well and feisty


El documental PAGE ONE comienza con un aluvión de noticias en distintas cadenas de televisión sobre medios que cierran o que se han declarado en la bancarrota. Hasta el mismo The New York Times, la “vieja dama gris” como todavían llaman a esta cabecera emblemática del periodismo, pierde un 75% del valor de sus acciones y muchos se preguntan cómo le afectará la crisis.

Durante casi hora y media, PAGE ONE te muestra las intimidades del día a día del periódico The New York Times, el sueño de muchos estudiantes y periodistas al otro lado del Atlántico, lástima que sea en un momento que la tradicional industria mediática está en cuestionamiento como consecuencia del papel de internet en los medios de comunicación.    

En el transfondo del documental y en la mayoría de las intervenciones de los periodistas que participan en él, subyace la misma preocupación que los que estábamos viendo el film: a quién le importa tener una prensa rigurosa en los tiempos que corren si no es rentable.

Son tiempos duros para muchas profesiones, y el periodismo está en el ojo del huracán del nuevo modelo de sociedad de la comunicación al que nos encaminamos. Al mismo tiempo coincide la reducción de los ingresos publicitarios y la competencia de otras nuevas fuentes de información, lo que toca de lleno la línea de flotación del buque periodístico. No estamos en una transición sino en medio de una revolución y la confusion sobre qué futuro nos espera nos tiene atenazados.

Hay en el documental cierta añoranza del pasado, quizás algo parecido nos ocurre a los que vimos la película aunque no hubiésemos vivido esos tiempos dorados de la profesión –si se puede llamar dorados a una profesión de tinta negra y papel.  Puede ser una manera de luchar contra el ambiente pesimista y de funeral que inunda las redacciones de muchos medios en España.

Algunos compañeros del visionado se sintieron identificados con las imágenes de los despidos de periodistas veteranos de la redacción de The New York Times cuando en 2009 más de 100 personas de una plantilla aproximada de 1.250 pasaron a la lista de parados del país.

Pero el documental no solo habla de la crisis económica que afecta a la industria sino también de los desafíos del periodismo: wikileaks, las nuevas plataformas sociales, el afán de los lectores de acceder a noticias online de manera gratuita. También habla de periodistas de la vieja guardia como David Carr quien se esfuerza por entender la cultura de las redes sociales y cómo acaba aceptando el uso del Twitter como otra forma de información en su trabajo, llegando a la conclusion de que el medio no es el mensaje, sino los mensajes son los medios.

Toda esa exposición de temas que rodean a la profesión periodísta dio lugar a un debate animado e incluso acalorado entre periodistas y aquellos otros que son simples consumidores de información.

Sobre un terreno más español se habló, entre otras cosas, de cómo afecta a los medios el hecho de que actores de este escenario habitualmente dedicados a profesionales, véase agencias de información, se conviertan a través de una simple página web en suministradores de noticias directas al consumidor final, y por supuesto, gratuitas. Se estableció un paralelismo con el sector editorial, donde la venta directa de libros desde las editoriales, sin cobrar gastos de envío  siquiera, hace competencia directa a las librerías, tan necesarias en la cadena del libro.

De vuelta, la gratuidad de la información se convirtió en el tema del debate. Algo que parece irresoluble para una generación a la que los gigantes tecnológicos (fabricantes de aparatos) y las empresas de telefonía y comunicación les han incitado a pensar que todo aquello que se pueda conseguir por internet debe ser gratuito. La industria tecnológica en los momentos actuales es tan poderosa que está moldeando peligrosamente los medios de comunicación y la cultura conforme a sus interes más espurios. Es por ello, que necesitamos usuarios de la información que estén dispuestos a pagar por contenidos de calidad, si pretendemos que el periodismo siga existiendo en esta nueva era tecnológica.

Bill Keller, director del The New York Times en el momento que se rodó el documental, se dirige a sus empleados con la siguiente aseveración: “Journalism is alive, well, and feisty, especially at the New York Times.”

Todos, por unos segundos, nos agarramos a esa frase para pensar que es posible.

Una noticia reciente del mes de febrero sobre los resultados del ejercicio económico de The New York Times vislumbran esa posibilidad. Por primera vez los ingresos por circulación han superado a los publicitarios y dicha circulación ha sido fundamentalmente a través de suscripciones digitales, con 668.000 usuarios de pago al finalizar 2012.

Lourdes Lázaro y Valentín Alejándrez